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La ubicación del célebre conjunto de mámoas o túmulos megalíticos del monte de Santa Mariña -entre los municipios de O Incio, Samos y Sarria- no parece tener nada de fortuita y probablemente se escogió de forma deliberada con el fin de que esta necrópolis prehistórica fuese bien visible desde los caminos naturales que atraviesan el territorio que lo rodea. Esta hipótesis ha sido planteada por el arqueólogo Miguel Carrero-Pazos en un estudio recientemente publicado en la revista Trabajos de Prehistoria bajo el título Modelando dinámicas de movilidad y visibilidad en los paisajes megalíticos gallegos. El caso del monte de Santa Mariña y su entorno.

En la investigación, según explica el autor del trabajo, se aplicó una serie de análisis basados en los sistemas de información geográfica y la estadística espacial. Usando tales herramientas se identificó un amplio conjunto de rutas naturales que pueden haber sido utilizadas por los pobladores prehistóricos del territorio y se estudió la visibilidad que ofrecen desde esos caminos la necrópolis de Santa Mariña -situada en una meseta que se eleva a unos ochocientos metros sobre el nivel del mar- y otros conjuntos de mámoas existentes en la misma área geográfica.

Entre las conclusiones que saca de este estudio, el investigador señala que la visibilidad de estos enclaves parece estar directamente relacionada con las vías naturales de tránsito y que se incrementa en los itinerarios que siguen una dirección de ascenso o de descenso en relación con estos conjuntos de enterramientos. La mayor parte de estos grupos de túmulos -dice por otro lado- «descargan su potencia visual en dirección norte» y además entre ellos existen «evidentes interrelaciones visuales».

La visibilidad que ofrecen estos conjuntos de túmulos desde la distancia -señala asimismo el arqueólogo- «parece haber estado vinculada a una movilidad elevada de los grupos humanos neolíticos». La elección de los puntos estratégicos en los que se llevaban a cabo los enterramientos, indica por otra parte el estudio de Carrero-Pazos, parece obedecer a la intención de potenciar su protagonismo en el paisaje durante los desplazamientos por los caminos, «haciendo partícipe al difunto de la vida de los vivos y reforzando con ello el vínculo comunitario a través del recuerdo y la memoria».